lunes, 1 de septiembre de 2014

Autodiagnostico

Constantemente siento un fuerte impulso a contarte todo,
como lloro todas las noches antes de dormir,
como busco nuevos lugares en mi piel para cortar,
como pienso varias veces al día sobre la vida
y la muerte. Sobre todo en eso.

Pienso que tengo pena,
que muchos días solo está guardada,
que como la caja de Pandora, solo espera.
Espera que mires en su interior y quedes perplejo,
loco, asombrado, enojado.

Hablaba con mi psicólogo hace dos días,
de ti, de mi, de la gente que veo,
que no entiendo. Y lo que no entiendo es como nadie lo nota.
Nadie nota que me siento sola y vacía...
y que tengo pena.

Todo bien.

Sentí tus manos sudadas tomarme por detrás, acercando mis caderas a las tuyas. Con una mano hiciste mi cabello hacia un lado y con la otra recorriste el largo de mi espalda. Mi respiración se volvió más y más rápida al sonido de tu voz diciéndome que separara un poco las piernas. Sentí mi piel erizarse al sentir tus dos manos separarlas bruscamente; no te había hecho caso, me sentía expuesta.
Me empujaste y apretaste contra la pared con la fuerza de tu cuerpo que, como el mio, estaba completamente desnudo. Me sentí sofocada, ahogada, nerviosa. Pero luego, lentamente, besaste mis hombros y me susurraste al odio: ¿Todo bien?
Me dejé llevar, entonces, por todo el deseo que sentía había venido acumulándose por días, antes de vernos.